Quintanilla celebra la Fiesta de la Atalaya

jueves, 18 de junio de 2015
QUINTANILLA DE TRES BARRIOS - El vecino de Quintanilla de Tres Barrios, Leopoldo Torre García, narró así la tradición de la atalaya celebrada el pasado 16 de mayo, en su colaboración en Heraldo de Soria.
Quintanilla de Tres Barrios celebró el pasado 16 de mayo la más ancestral de sus tradiciones. Le viene de siglos, pero se desconoce el motivo de su origen. Hay hipótesis que la sitúa en algún acontecimiento bélico medieval por su ubicación en lugar estratégico de contiendas fronterizas entre moros y cristianos.

Si bien no hay documentos que lo confirmen, paralelismos no le faltan y algunas connotaciones pueden apreciarse en el proceso que se sigue. Según la tradición, de buena mañana los hombres se reúnen antes de partir para tomar un estimulante. Después, en compañía de las mujeres, el séquito se desplaza en procesión hasta la ermita, donde oyen misa y después tiene lugar la despedida: las mujeres entregan las viandas y regresan al pueblo; los hombres, en procesión, enfilan el camino hacia la atalaya. El hecho de que la comitiva vaya encabezada por el pendón, el estandarte y la cruz y caminen en solemne procesión tiene ciertas connotaciones con la partida de las huestes medievales para luchar contra los musulmanes.

Era por esta época, tras el crudo paréntesis invernal, cuando precisamente se reanudaban las contiendas. La hipótesis que cobra
más fuerza si se tiene en cuenta que el lugar elegido para la celebración es una torre vigía enclavada en la misma línea fronteriza del
valle del Duero. La escenificación, una procesión o comitiva con motivos tan simbólicos como el pendón, rememora la victoria sobre el
enemigo. Y en la realidad de los hechos, como en esta representación, sólo llegan a participar los varones.

Batalla sí la hubo, pero en los tribunales. Cuentan las crónicas que el concejo de Quintanilla consiguió una victoria determinante sobre el Honrado Concejo de la Mesta. Tras un largo litigio, la Chancillería de Valladolid falló a favor de los vecinos del pueblo sobre un terreno situado junto a la torre vigía, en el trazado de la Cañada Real, que la sociedad ganadera reclamaba como de paso obligado y estabulación del ganado y se quejaba de que había sido roturado por el común vecinal.

Las pruebas concluyentes sobre las que se basó el tribunal para justificar la propiedad del terreno fueron que en el año 955 la condesa
de Castilla, Sancha Ballestero, mujer de Fernán González, otorgó una carta puebla al Concejo de Quintanilla por la cual este terreno
pasaba a ser de su propiedad.

Dicha concesión se menciona en el ‘Libro de Memorias y en la Tabla de Aniversarios’ de la iglesia de San Miguel, de San Esteban de
Gormaz, a cuya parroquia estuvo adscrita entonces y algunos siglos después Quintanilla de Santiesteban, que así se denominaba por
entonces el nombre del pueblo.

En dicho libro se especifica que se hacía en todas las misas un responso en agradecimiento por el prado que les dejó, prado conocido
en su día por Fuente Ximeno y en la actualidad por los Cantesares.

Una incógnita porque cualquiera de ambos hechos pudo ser el motivo de la celebración. O quizá sólo fuera una jornada de esparcimiento entre padres e hijos en un ambiente festivo de la Ascensión, segunda fiesta del pueblo años atrás. Al margen de tales hipótesis o suposiciones respecto a la conmemoración, la procesión transcurre en orden y silencio desde la ermita donde se celebra
la misa hasta la atalaya, distante un par de kilómetros. Las insignias encabezan la comitiva, que va rezando la letanía. Durante este
tiempo, las campanas de la iglesia van repicando hasta que se acaba la oración. Es entonces cuando la procesión se hace informal, se recogen las insignias y se continúa la marcha en un ambiente distendido de charla y armonía. Al llegar a las proximidades de la Atalaya
se reanuda la oración, se enarbolan las insignias y el tañido de las campanas vuelve a sonar.

En la cima sobre la que se asienta la torre vigía cesa el acto religioso. Desde el lugar se divisa el extenso horizonte que se abre a su
alrededor. Montañas y valles se abren a los sentidos en una panorámica que recrea la visión y reconforta el ánimo. El mismo ánimo
de algarabía, convivencia y hermandad que transcurre en torno al almuerzo. Tras unas horas de esparcimiento, en torno al mediodía
los congregados regresan al pueblo. De nuevo se izan las insignias, se reza la letanía y vuelve a oírse el tañido de las campanas.
Al llegar a la ermita dejan las insignias en el templo y se sigue camino hasta el pueblo. Se cuenta que antiguamente, cuando los
hombres volvían de la atalaya, las mujeres bajaban con la comida a la fuente de la ermita, adonde comían todos en fraternal convivencia.

La atalaya fue declarada Bien de Interés Cultural por la Junta de Castilla y León el pasado año.
Informa Leopoldo Torre
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